12 de marzo de 2013



 14 de Marzo, 130 Aniversario Luctuoso de Carlos Marx:


F. Engels
Discurso ante la tumba de Marx (1883)
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los ultrademócratas, competían en lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.

Escrito: Discurso pronunciado en inglés por F. Engels en el cementerio de Highgate en Londres, el 17 de marzo de 1883. Primera publicación: En alemán en el Sozialdemokrat del 22 de marzo de 1883. Digitalización: Por José Ángel Sordo para el Marxists Internet Archive, 1999.
Fuente: marxismo.org


Eleonora Marx
Mi padre 

La mejor biografía de un gran hombre es la que se escribe inmediatamente después de su muerte, si bien resulta difícil trazarla a quien le conocía íntimamente y le amaba. Sólo podré ahora escribir un compendio rápido de la vida de mi padre, limitándome a una sucinta exposición de señalados hechos; no describiré sus grandes teorías y descubrimientos, fundamentos del socialismo moderno, y que están a punto de producir una revolución en la totalidad de la ciencia de la economía política.
Nació mi padre en Tréveris el día 5 de mayo de 1818, de padres hebreos. Su padre era hombre de talento, abogado, muy influido por las ideas religiosas, científicas y artísticas del siglo XVIII francés. Su madre descendía de una familia israelita húngara, que se estableció en Holanda en el siglo XVII. Sus primeros camaradas fueron los hermanos de Jenny von Westphalen. Del padre de éstos, el barón Westphalen, aprendió Marx a gustar de la escuela romántica. Mi abuelo paterno le hablaba de Voltaire y Racine; Westphalen orientaba sus aficiones hacia Homero y Shakespeare, que fueron siempre sus autores predilectos. En sus años de escolar, los camaradas de mi padre le tenían simpatía porque siempre guardaba una malicia oculta; le temían también porque sabían que lucía cierto talento satírico. Siguió la rutina habitual de los cursos escolares, y en las universidades de Bonn y de Berlín estudió derecho por complacer a su padre; por su gusto personal y sus aficiones, se aplicó a la historia y a la filosofía.
En 1842 estuvo a punto de entrar en el profesorado de la Universidad de Bonn, pero el movimiento político que siguió en Alemania a la muerte de Federico Guillermo III, cambió el rumbo de su actividad. Los jefes del liberalismo renano -Camphausen y Hansemann- fundaron con Marx, en Colonia, el periódico "Reimsche Zeitung". La colaboración de mi padre produjo sensación, especialmente unos trabajos de crítica brillante y audaz contra la Dieta prusiana. A los veinticuatro años le ofrecieron la dirección y empezó a luchar contra el despotismo prusiano. El censor no podía impedir la publicación de artículos que interesaban a la redacción. Intervino otro censor que llegó ex profeso de Berlín, pero siguieron viendo la luz repetidos trabajos subversivos, hasta que en 1843 suspendió el Gobierno la publicación.
Por aquella fecha se casó mi padre con su amiga y camarada Jenny von Westphalen, después de ser prometidos durante siete años, y el matrimonio se instaló en París. Con Arnold Ruge editó mi padre los "Anales Franco alemanes", iniciando sus escritos socialistas con una crítica de la filosofía hegeliana. Posteriormente publicó un trabajo sobre la cuestión hebrea. Cuando dejaron de publicarse los "Anales" colaboró en el "Worwaerts", de París, y hasta se afirma que fue editor de la publicación. Lo evidente es que el "Worwaerts" no tuvo nunca editor responsable, que colaboraron Heine, Overbeck, Engels y otros y que vivió siempre de manera precaria. Marx publicó inmediatamente la. "Sagrada Familia", en colaboración con Engels: una sátira contra Bruno Bauer y su escuela de idealistas hegelianos.
Sin dejar de estudiar preferentemente en aquella época la economía política y la Revolución francesa, siguió su lucha sin tregua contra el Gobierno prusiano, el que por mediación, según se ha dicho, de Alejandro de Humboldt, que vivía en París, pidió a Guizot que expulsara a mi padre de Francia. Guizot se mostró complaciente y Marx tuvo que ir a Bruselas, donde publicó en francés un "Discours sur libre echange". Como réplica a la obra de Proudhon "Contradicciones Económicas o Filosofía de la Miseria", escribió "Miseria de la Filosofía", en la que accedía al deseo de Proudhon, aunque con un vigor que éste no esperaba, ciertamente.
Por entonces fundó Carlos Marx la primera asociación de obreros alemanes en Bruselas y se adhirió con sus amigos al Partido Comunista. Animado éste por mi padre, creció hasta constituir un núcleo importantísimo para difundir los principios comunistas. Como las circunstancias eran adversas, la asociación era clandestina, pero influía en los medios proletarios alemanes. Fue la primera organización internacional socialista y contaba con adherentes ingleses, belgas, húngaros, polacos, suecos, etc., y constituyó el núcleo inicial del Partido Socialdemócrata.
En 1847 se celebró en Londres el Congreso del Partido Comunista. Marx y Engels asistieron como delegados y se les encargó la redacción del que fue después célebre "Manifiesto Comunista", publicado poco antes de la revolución de 1848 y traducido después a todas las lenguas.
El Manifiesto estudia en primer término las condiciones de existencia de la sociedad moderna, demuestra el hecho de la desaparición de clases de la época feudal y que en la sociedad moderna sólo hay dos clases: capitalismo y proletariado; expropiadores y expropiados; burguesía, en posesión de la riqueza y del poder sin producir nada, y proletariado, productor de la riqueza que no posee. Después de servirse la burguesía del proletariado para derrocar el régimen feudal, aprovecha el poder que acaparó para reducir a los trabajadores a esclavitud. A la acusación de que el comunismo se propone "abolir la propiedad" contesta el Manifiesto que se trata de abolir el régimen burgués de la propiedad, por el que las nueve décimas partes de la colectividad no poseen nada. A la acusación de que los comunistas tratan de "suprimir el matrimonio y la familia" opone el Manifiesto el razonamiento de que el "matrimonio" y la "familia" no son posibles en su forma más elevada entre los trabajadores, porque las condiciones precarias de la vida no lo permiten.
La burguesía ha revolucionado el mundo de la producción impulsando y perfeccionando la máquina a vapor, la construcción de vías férreas; pero su creación extraordinaria ha sido el proletariado moderno, cuya existencia es un desafío a la sociedad hasta el punto de que la caída de ésta se hace necesaria si los hombres tienen todos iguales derechos a la vida y al bienestar. El Manifiesto termina con estas palabras: "Los comunistas no se rebajan a disimular sus opiniones y sus planes y proclaman abiertamente que no pueden conseguir sus objetivos más que destruyendo por la violencia el orden social tradicional. Tiemblen las clases dirigentes ante la idea de una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder más que las cadenas y pueden ganar un mundo. ¡Proletarios de todos los países, uníos!".
Como seguía Marx combatiendo al Gobierno prusiano en el periódico de Bruselas, los dictadores prusianos pidieron la expulsión de mi padre a las autoridades belgas; pero como la revolución de febrero provocó una agitación entre los trabajadores de Bélgica, el Gobierno de este país se aprovechó de ello para expulsar a Marx sin proceso previo. El Gobierno provisional de Francia, por mediación de Flocon, le invitó a ir a París y aceptó; pero después de la revolución de 1848 volvió a Colonia y fundó la "Neue Rheinische Zeitung", único periódico alemán que, después de las jornadas de junio, defendió a los insurrectos de París.
En vano los periódicos liberales y reaccionarios denunciaron la publicación de Marx y pidieron que se castigara a los autores de aquella hoja que atacaba las instituciones más sagradas y desafiaba a la autoridad en una ciudad fortificada; en vano se suspendió el periódico por la autoridad durante seis semanas, aprovechando el Estado de Sitio. La represión servía de vehículo a la difusión de las doctrinas, ante la mirada de la policía, y la "Neue Rheinische Zeitung" siguió apareciendo contra viento y marea. Tras el Golpe de Estado en Prusia (1848), la hoja publicó sucesivamente vibrantes llamamientos al pueblo, aconsejando que no pagasen los impuestos y que en caso de necesidad se contestara a la violencia con la violencia. Se celebraron dos procesos contra el periódico y fue éste absuelto. Después de la sublevación de las provincias renanas, de Dresde y de Alemania del Sur en mayo de 1848, la "Neue Rheinische Zeitung" fue suspendida sin consideraciones. El último número impreso en rojo, se publicó el 19 de mayo de 1849.
Volvió Marx a París poco después de la manifestación popular del 13 de junio de 1849. El Gobierno le indicó que abandonara el territorio francés si no quería vivir en Bretaña, y Marx fue a Londres, donde vivió treinta años.
Frecuentó asiduamente la biblioteca del "British Museum" después de la condena que siguió al proceso de los comunistas de Colonia, cesando de momento de ejercer toda especie de actividad política y dedicando sus afanes al estudio de los problemas económicos. Escribió editoriales para el "New York Tribune" y muchos folletos contra el Ministerio Palmerston, que llegaron a difundirse extraordinariamente por Inglaterra, gracias a David Urquart.
Los detenidos y fundamentales estudios de Marx en el Museo Británico produjeron óptimos frutos. En 1853 publicó su "Crítica de la Economía Política", exponiendo por primera vez la teoría de la plusvalía, desarrollada posteriormente de manera magistral.
En un periódico alemán que se imprimía en Londres, "Das Volk", publicó Marx un artículo sensacional en tiempos de la guerra de Italia, denunciando el bonapartismo, que disimulaba su verdadero carácter ostentando etiqueta liberal; atacó también a la política prusiana que, con pretexto de neutralidad más o menos benévola, procuraba pescar en río revuelto. Calumniado Marx estúpidamente por Karl Vogt, contestó a las calumnias en un trabajo "Monsieur Vogt", acusando a éste como agente de Napoleón III y afirmando que estaba a sueldo del Emperador. La afirmación de Marx quedó probada diez años después cuando el Gobierno de Defensa Nacional publicó los nombres de los agentes secretos de Napoleón III; entre ellos figuraba Vogt con una suma de 40.000 francos, que se le entregaron en agosto de 1859.
En 1867 publicó Marx en Hamburgo "El Capital", su obra maestra.
El movimiento obrero llegaba a tener tal importancia que Marx pensó en realizar el proyecto que tanto le interesaba: organizar una Internacional Obrera a base de los países más adelantados de Europa y América. En abril de 1864, los trabajadores de distintos países se reunieron para manifestar sus simpatías por Polonia. En aquel acto se acordó fundar la Internacional, llevándose a efecto en Saint Martin's Hall el día 28 de septiembre de 1864, bajo la presidencia del profesor Beesly. Se eligió un Comité o Consejo provisional y Marx redactó un llamamiento inaugural y unos Estatutos que no eran aún definitivos. En tal llamamiento pinta Marx la miseria de la clase obrera, miseria que se manifiesta incluso en épocas de prosperidad comercial, y pide la unión de esfuerzos a los obreros de todos los países. Como diez años antes en el "Manifiesto Comunista", el llamamiento contenía esta frase de Marx: "·Proletarios de todos los países, uníos!"
Puntualizar la actividad de Marx en la Internacional, equivaldría a escribir la historia de ésta. Fue mi padre Secretario de las secciones proletarias de Alemania y Rusia en la Internacional y animador de los Congresos sucesivos. Los manifiestos, con excepción de uno o dos, desde el llamamiento inaugural a "La Guerra Civil en Francia", fueron redactados por Marx. Por cierto que en esta última obra explica Marx la verdadera significación de la Commune, "esfinge que intriga sobremanera el espíritu burgués". Estigmatizó con frase magnífica al "Gobierno de la Derrota Nacional", que hizo entrega de Francia a los prusianos. Denostó a los miembros de tal Gobierno, a Favre el falsario, a Ferry el usurero, al infame Thiers, "monstruoso gnomo, limpiabotas del Imperio". Tras el penetrante contraste que establece Marx entre los horrores consumados por los versalleses y el sacrificio heroico de los obreros de París muriendo para salvar la República, cuyo Gobierno preside Ferry, concluye con estas palabras: "El París de la Commune será siempre como un precursor de la sociedad nueva. El recuerdo de aquellos mártires vivirá eternamente en la predilección de la clase obrera... A los verdugos, la historia los clavará en la picota, y allí quedarán a pesar de los responsos de todos los clérigos" .
A consecuencia de una proposición hecha por Marx, el Congreso de la Internacional de La Haya (1873), trasladó la residencia del Consejo a Nueva York. La caída de la Commune colocó a la organización en trance difícil. Posteriormente, el movimiento ha tenido orientación nueva. El contacto permanente entre los trabajadores de todos los países - uno de los resultados de la Internacional- demuestra que la organización permanente no responde a las necesidades del momento actual. Se sigue actuando, aunque en forma distinta, y se intensificará, sin duda, con el tiempo.
La falta de salud impidió a Marx en algunos años consagrarse a su obra tal como hubiese querido, pero desde 1873 se entregó a ella por entero. El segundo tomo de "El Capital" lo editará en breve el más querido amigo de mi padre, el más antiguo camarada: Federico Engels.
Sólo me he propuesto consignar datos estrictamente históricos y biográficos de mi padre. Que hablen otros de su personalidad, de su ciencia, de su espíritu, de su suavidad de carácter y de su bondad, pero que se me permita decir aquí: Carlos Marx era uno de esos espíritus insólitos en los que se complace la Naturaleza: UN HOMBRE.