17 de junio de 2011

Lo solicitó a Abascal en 2006, cuando era presidente electo, dice en entrevista televisiva

Calderón pidió reprimir el plantón de AMLO, acusa Encinas; falso: Los Pinos

Los titulares de Sedena y Gobernación colaboraron para evitar la violencia, señala el perredista


Después de la elección presidencial de 2006 y la instalación de un plantón en Paseo de la Reforma para exigir el recuento de votos, el entonces presidente electo, Felipe Calderón Hinojosa, pidió al secretario de Gobernación del gobierno foxista, Carlos Abascal, que se reprimiera y levantara el movimiento con el uso de la fuerza pública, aseguró en entrevista televisiva Alejandro Encinas, candidato a la gubernatura del estado de México por la coalición Unidos Podemos Más.

En respuesta, Alejandra Sota, coordinadora general de comunicación social de la Presidencia de la República, aseguró que el presidente Calderón jamás solicitó, ordenó o pidió represión alguna a ese ni a ningún otro movimiento.

Calificó de absolutamente falsa la afirmación y sostuvo que es una falta de respeto que se refiera a una persona que ya falleció y no puede defenderse de lo dicho por Encinas.

El abanderado de PRD, PT y Convergencia manifestó que tanto el entonces secretario de la Defensa Nacional, Clemente Vega García, como el propio Abascal colaboraron para que el conflicto poselectoral se resolviera sin que se rompiera ni un solo cristal y sin que hubiera violencia, pues, indicó, en el caso del titular de la Sedena siempre estuvo con el principio y la convicción de que el Ejército no intervendría en contra de la población civil.

Felipe, tú todavía no eres el presidente

Al recordar la participación de Abascal en el conflicto, que Encinas enfrentó como jefe de Gobierno del Distrito Federal, indicó que la participación del funcionario foxista para alcanzar una salida pacífica fue muy importante, pues “recibió una llamada de Calderón Hinojosa pidiéndole que reprimiera y levantara el movimiento. Abascal le comentó con toda claridad: ‘Felipe, tú todavía no eres el presidente de la República, y mientras esto no suceda, aquí se tomarán las decisiones’”.

Luego de los señalamientos del candidato panista a la gubernatura, Luis Felipe Bravo Mena, quien ha criticado la participación de Encinas en el plantón de Paseo de la Reforma que encabezó Andrés Manuel López Obrador, apuntó que es un cuestionamiento que no valora la situación que vivía el país. Estábamos ante la eventualidad no sólo de que hubiera una situación de inestabilidad en la ciudad, sino un brote y estallido social que generara un conflicto de ingobernabilidad.

Encinas reconoció que mantenía una filiación y simpatía con la causa que defendía el plantón y agregó que como jefe de Gobierno del Distrito Federal fue el único interlocutor del movimiento con el gobierno federal, y logró establecer una relación importante no sólo con el presidente Vicente Fox, sino con los secretarios de la Defensa y Gobernación.

Afirmó que tenía la tarea de resolver el problema de fondo y “asumí plenamente mi responsabilidad. No quería que se volvieran a repetir los sucesos del conflicto poselectoral de 1988, cuando no sólo hubo tomas de carreteras y palacios municipales, sino el inicio de una represión que llevó a la muerte a más de 600 miembros del PRD”.

Encinas reiteró que Calderón Hinojosa demandó que se levantará el plantón con el uso de la fuerza pública, e hizo un reconocimiento al papel que jugó el entonces secretario Abascal Carranza, quien “cumplió el compromiso que teníamos de resolver esto en una negociación que inició, por cierto, durante una ceremonia a la que asistimos en el Colegio Militar, donde acudí invitado por el secretario de la Defensa Nacional –acto que se realizó el 4 de septiembre de 2006–, justamente para dar un mensaje de acercamiento a las Fuerzas Armadas de que no sólo habría desfile el 16 de septiembre, sino de que estábamos buscando una solución pacífica al conflicto”.

____________________________________________

La puerta que abrió la salvaje
represión del 10 de junio

Jaime Avilés

Como desechos humanos que eran a fin de cuentas, llegaron escondidos en camiones de basura del Departamento del Distrito Federal. Se distribuyeron por la Alameda de Santa María la Ribera, el pórtico del cine Cosmos y la entrada al panteón francés. Llevaban envoltorios de periódicos que ocultaban carteles con la imagen de Ernesto Che Guevara, bastones de bambú reconvertidos en picanas eléctricas y metralletas calibre M-1. Entre la ropa, bajo la playera, muchos disimulaban la cacha de una pistola.


El fotógrafo Armando Lenin Salgado firma una de sus fotos sobre la represion, durante la inauguracion de la escultura y la develacion de la placa conmemorativa del 40 aniversario de la matanza del jueves de Corpus de 1971. FOTO: Carlos Cisneros

Tenían el pelo moderadamente largo, eran tan jóvenes como los estudiantes que iban a reprimir, y quienes los armaron y entrenaron desde el gobierno de Luis Echeverría, les impusieron para siempre el misterioso nombre de los halcones. Aunque hay elementos para probar que ese grupo de choque fue creado, a instancias de Echeverría, por el coronel Manuel Díaz Escobar, e integrado por mandos de la Brigada de Fusileros Paracaidistas, su origen jamás fue esclarecido. ¿Quiénes eran? ¿A quién respondían? Bien dice la sabiduría popular que si Jesús hubiera sido crucificado en México, la policía seguiría investigando la pista de Poncio Pilatos.

El pasado viernes, durante la breve ceremonia que las autoridades capitalinas llevaron a cabo a la puerta de la Escuela Normal Superior –donde hace cuatro décadas se inició la matanza–, mirando las cabezas blancas de Jesús Martín del Campo, Salvador Martínez della Rocca, Raúl Jardón e Ignacia Rodríguez, La Nacha, o las sienes entrepeladas del senador Pablo Gómez Álvarez y otros veteranos de las luchas estudiantiles de 1968 y 1971, me pregunté si entre el reducido número de espectadores reunidos junto a la entrada de la estación Normal del Metro no se encontraría por lo menos uno de aquellos asesinos, atraído por el morbo o la curiosidad de presenciar el homenaje a sus víctimas.

Entonces, como ahora, ser joven era un crimen. El régimen autoritario había ahogado en sangre la inconformidad de los estudiantes en Tlaltelolco. Tres años después de la matanza del 2 de octubre, y en solidaridad con los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León –cuyo rector había sido sustituido por un general–, los sobrevivientes de 1968 querían volver a marchar por las calles de la capital del país. Pero Echeverría les recordó que la posibilidad de incorporarse a la vida política fuera de las instituciones era nula. Y la salvaje represión del 10 de junio les abrió una sola puerta: la de la lucha armada, que en el curso de los próximos años trajo consigo la pérdida de miles de vidas, la derrota aplastante de las organizaciones político-militares y casi al final del decenio la legalización de los partidos de izquierda.

Ahora, hecha gobierno de la ciudad de México desde hace 14 años, esa izquierda inauguró anteayer un tótem de bronce pintado de rojo, que a decir de su autor, el inextricable Enrique Carbajal González, mejor conocido como Sebastián, representa en su base “un crucifijo en recuerdo del jueves de Corpus Christi”, cuando Echeverría soltó a más de mil Halcones para que asesinaran a decenas de jóvenes, algunos de los cuales, después de caer heridos y ser recogidos por las ambulancias de la Cruz Roja –según los testimonios de la época– fueron sacados del hospital Rubén Leñero y rematados en la calle.


Imagen del archivo personal del escritor Paco Ignacio Taibo II, de la llegada de los Halcones a la zona de la Escuela Normal Superior

Encima del crucifijo, y de acuerdo con su propia explicación, Sebastián colocó una X –la misma, dijo, que “Benito Juárez agregó al nombre de nuestro país, en lugar de la J para quitarle lo afrancesado”– y sobre ésta otros símbolos que “reproducen la imagen de la flor en distintas culturas autóctonas”. Como toda la obra del creador chihuahuense, para bien o para mal –en gustos se rompen géneros–, esta nueva pieza tampoco podrá pasar desapercibida, pero quién sabe si avive en alguien el recuerdo de la matanza de 1971.

Sentado entre el público que miraba al presídium –donde Marcelo Ebrard estaba flanqueado por José Ángel Ávila Pérez, secretario de Gobierno, y Mario Delgado, secretario de Educación, ambos de luto riguroso– había un testigo de calidad excepcional: el fotógrafo Armando Salgado. Las imágenes que captó aquel sangriento jueves de Corpus –un francotirador disparando con una rodilla en tierra; un paramilitar en pleno embate, retratado a la mínima distancia; un estudiante agonizando sobre un montón de trapos– probaron desde el primer momento, a pesar de la censura, que los autores intelectuales de aquella carnicería eran el presidente Luis Echeverría Álvarez, el regente Alfonso Martínez Domínguez, el jefe de la policía capitalina, general Daniel Gutiérrez Santos, así como el capitán Luis de la Barreda Moreno y el matarife Miguel Nazar Haro, quienes, entre otros, administraban la represión política desde la Dirección Federal de Seguridad.

Las fotografías de Armando Salgado echaron por tierra la versión oficial de que la muerte de decenas de estudiantes fue ocasionada por el choque entre dos grupos rivales. Las denuncias gráficas, así como los testimonios que poco a poco salieron a la superficie, pusieron de relieve algo que Echeverría jamás aceptó: su responsabilidad absoluta en aquellos hechos, tanto en la matanza de Tlaltelolco como en la del Jueves de Corpus. Aunque la ley prohíbe ya que sea juzgado por su participación en ambos episodios, el ex presidente ha sido condenado irrevocablemente por esos crímenes. Su nombre pasará a la posteridad teñido por la sangre de cientos de jóvenes que asesinó porque intentaron cambiar el país.