Réquiem para la clase media
Las pequeñas empresas junto con las micro forman 99.5 por ciento del total de unidades productivas. Es ahí donde laboran 19 millones de hombres y mujeres, 70 por ciento del total del empleo. Este enorme contingente de trabajadores y sus familias, puede ser considerado como la emergente clase media mexicana. Otra visión enfocaría el estatus de esa capa de población como aquella que ha abandonado la pobreza para unirse, con grandes esfuerzos, a eso que los economistas llaman el mercado de consumidores. El resto de fuerza laboral del país (9 millones) presta sus servicios en unidades económicas medianas y grandes. Esos trabajadores ahí empleados serían, a primera vista, la sustancia de la clase media ya consolidada, el México moderno y los ciudadanos más representativos del progreso. Un estamento sobre el que promotores del oficialismo positivista concluyen que, aquí y ahora, las cosas marchan por el buen camino. Basta, dicen, con acudir a los centros de consumo para apreciar la magnitud del logro neoliberal. Ver a esos millones de mexicanos que hacen cola en supermercados y centros comerciales de mediano y gran lujo para darse cuenta del avance conseguido. No recalan, porque no les importa mucho que digamos, en un proceso que avanza en medio de tal bonanza: la precarización laboral a través de la subcontratación (outsourcing) en las mismas empresas de fama y gran tamaño.
¿Adónde se fueron los más de 3 millones de personas y sus familias que cayeron en el desempleo con motivo de la última y devastadora crisis? Sin duda que no desaparecieron. Recalaron precisamente ahí, en las llamadas microempresas, un pomposo nombre para denominar lo que, con crudeza y sin folclorismos foxianos, se llama changarrización. Un refugio para la sobrevivencia, el rescoldo para defenderse de la más cruel proletarización que avanza sobre la inmensa geografía nacional. La parte vergonzante, semioculta, de esa visión del positivismo oficialista que no se quiere enfrentar.
Al profundizar en el significado, en el contenido de la denominación de microempresas, se encuentra uno de los fenómenos que explican, de cuerpo entero, la gravedad de la pauperización nacional. Lo que le da el color a ese triste panorama de abandono y desesperación, generalizado por la República. El saldo de más de 25 años de neoliberalismo a ultranza aderezado con una colonizada visión tecnocrática de la elite. No son las microempresas, sino en pequeña parte, unidades industriales, es decir, talleres u organismos que puedan agregar valor a sus productos o que al unirse, integren cadenas que concurran, con ventajas, al mercado nacional o mundial. Tampoco son proveedoras de las grandes empresas o de las maquiladoras. Las micro, en México, se concentran en el comercio y los servicios. Son, en realidad, puestos de tortas, comedores atendidos por una familia, taquerías, bicitaxistas, lavanderías, misceláneas, tlapalerías, escritorios públicos, talleres de talachas o reparadores de aparatos domésticos y muchas otras maneras en que los mexicanos canalizan sus ansias de progreso, encuentran salidas para defenderse, como pueden, de la marginación y la pobreza que los amenaza de manera cotidiana.
Para diseñar una estrategia electoral efectiva hay que penetrar en este terrible universo de abandono para que, desde ahí mero, se encuentren las formas y contenidos que la rellenen. También es ahí donde se hace, si se quiere, política en serio. Una política que se aleje de esa manera acostumbrada a girar en círculos concéntricos en la capital o principales capitales estatales. La política diferenciada de esa politiquería de café, de cenáculos exquisitos, de pasillos conspirativos, de elegidos y columneros; la elucubrada por centros de estudios convertidos en reductos justificatorios de la reacción continuista. Politiquería, en fin, para seguir sosteniendo un estado de cosas que agobia, que condena al destierro a todos esos millones refugiados en los changarros que pardean por toda la República. Hay urgencia de alejarse de esa forma de enfocar los fenómenos sociopolíticos como las consecuencias de trafiques de favores entre poderosos, de rencillas personales, de intrigas de grupo, de ambiciones y protagonismo de actores rutilantes.
La política moderna es la que se hace con y entre la gente y se aleja de las cúpulas. La que divisa las expectativas y reconoce los problemas en el trato directo con quienes las tienen o los padecen. Quehacer político a partir de encontrar salidas asequibles, de dirigirse a la gente en el idioma que entiende. Despertar la esperanza (una llama que, de veras, en México se extingue de manera acelerada) es el propósito y la justificación de la política cimentada en la dura realidad. Es por esta distinta concepción y práctica política, donde se concentra el movimiento liderado por López Obrador, que no se le entiende ni, a lo mejor, se quiere comprender. Despojar las decisiones que toma, las propuestas que hace, los movimientos que lleva a cabo de esa materia popular, es vaciar de contenido sus actos y planteamientos. López Obrador está en contra de las alianzas con el PAN o con el PRI, porque son los partidos que han ocasionado la changarrización. Porque son los partidos que no han podido, ni tal vez querido, diseñar programas que saquen de la postración a las mayorías, que les ofrezcan una opción atractiva. Son los que justifican y defienden los intereses más atrincherados de la plutocracia que es, en esencia, la fuerza opresora. Y aquí radica, precisamente, el callo que les pisa. Donde se descubren los pies de barro del sistema imperante que él denuncia con insistencia. El estado de México, como un preclaro ejemplo de lo dicho arriba, está tapizado de changarros y bolsones adicionales de pobreza. Y esta realidad, desconocida o ignorada, es la que está a punto de estallar, si no se le da consuelo, esperanza y alivio verdadero. A dar una salida, desde ahí y para esos habitantes, es a lo que se dedica AMLO con todo su movimiento y la izquierda real.
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Astillero
Ríos revueltos
Incapacidad operativa
Simulación y desorden
Michoacanazo faccioso
La capacidad de prevenir, reaccionar y dar posterior atención a los damnificados por desgracias naturales está condicionada por la triste realidad política nacional: politiquerías, celos partidistas, corrupción voraz, impreparación y una enorme vocación simuladora. Un sistema político enfermo sólo puede ofrecer a la sociedad dosis de su propia patología para aparentar que se atienden y combaten los infortunios circunstanciales. La naturaleza desquicia y lesiona, pero la estructura institucional de defensa de la sociedad apenas logra hacer como que hace, con los políticos gobernantes constituidos en buscadores obsesivos de testimonios mediáticos de efímera eficacia.
En Oaxaca se vive un largo y criminal abandono. Ulises Ruiz ha destinado buena parte de los fondos públicos a aventuras electorales y a las cuentas particulares de sus amigos, aliados y familiares, restando ese dinero colectivo a la atención de las necesidades sociales. A él, como a Fidel Herrera en Veracruz, el río revuelto de las desgracias súbitas les ayuda a eludir controles sobre el pasado mal administrado e incluso les provee de recursos frescos y una especie de restitución del poder maltrecho. Felipe Calderón, por su parte, visita lugares dañados por inundaciones que recibirán promesas y palabras dichas ante cámaras y micrófonos aunque las cosas sigan casi iguales apenas el viajero se retire.
Ayer, el mal tiempo le impidió a FC incluso visitar Tabasco, Chiapas y Oaxaca, en un contexto de confusión operativa que a la hora de cerrar la presente columna mantenía una densa imprecisión respecto al tamaño de lo sucedido en Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, donde por la mañana se había hablado de unas 300 casas sepultadas por el desgajamiento de un cerro, lo que habría provocado centenares de muertes, acaso un millar, mientras por la noche se decía que eran apenas siete, según anuncio de Calderón hecho a partir de un reporte del gobernador Ruiz, que más tarde sería corregido por el secretario de Gobernación, que puntualizó que no se podía confirmar ninguna muerte. Tal vez lo único claro, cierto y oportuno haya sido una nota publicada 15 días atrás en el Oaxaca Hoy, http://bit.ly/9Dl4xw, en la que el reportero Alfonso Cruz López informaba que se estaba produciendo una gran grieta en el perímetro del cerro de Tlahuitoltepec, que los muros de las casas se estaban desmoronando y que de un momento a otro el cerro se hundirá, y con él decenas de viviendas
, por lo que se teme que una tragedia ocurra en la zona
. Quince días atrás.
En otro rubro de desgobierno y montajes mediáticos: el 26 de mayo de 2009 la administración calderonista dio a la estructura gubernamental de Michoacán el golpe más espectacular de su guerra
contra el narcotráfico. En unas horas fueron detenidos 10 presidentes municipales, 17 servidores públicos relacionados con asuntos de seguridad pública y procuración de justicia y un juez del fuero común. La operación, popularmente conocida como el michoacanazo, fue realizada por policías federales y militares bajo la presunción de que los detenidos formaban una red de ayuda y protección a miembros del cártel de narcotraficantes conocido como La Familia.
Esa misma noche, el vocero de la Procuraduría General de la República, Ricardo Nájera, aseguró que las aprehensiones eran el resultado de una indagatoria de seis meses, que combinó las capacidades de investigación policial y ministerial, en campo y gabinete, apoyada en la sistematización de las indagatorias y el análisis y cruces de información en diferentes bases de datos, entre otras actividades realizadas por las autoridades federales
, según nota de Gustavo Castillo García, http://bit.ly/dp4Z0H en La Jornada. El embate panista contra el perredismo cardenista en una entidad que desea gobernar la hermana del actual ocupante de Los Pinos se dio sin avisar siquiera al gobernador Leonel Godoy y con graves abusos: Los policías federales irrumpieron armados y con pasamontañas en palacio de gobierno amenazando a los guardias del recinto, y en las oficinas de la Procuraduría de Justicia, sin haber cumplido el procedimiento
establecido para realizar cateos en esas instancias públicas, denunció el mandatario estatal, quien entregó carta de protesta y video probatorio al entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont.
El golpe calderonista se produjo a pocas semanas de las elecciones intermedias de 2009 y se ganó extendida acusación de que lo movían intenciones partidistas. El número de detenidos creció en posteriores días hasta llegar a 35. De ellos, ayer salió libre el acusado número 34. Todos los liberados lo han sido porque los expedientes armados por el gobierno federal, y las posteriores diligencias acusatorias, no mostraron pruebas de los delitos que se les adjudicaban. Es decir: jurídicamente son inocentes. El michoacanazo queda, pues, como una tajante demostración del uso faccioso, partidista y electoral que el calderonismo hace de los instrumentos de presunta procuración de justicia. Uso impune y sostenido. ¿Alguien tiene responsabilidad y debe ser castigado por el levantamiento de esa ficción jurídica y por los daños institucionales, familiares y personales que provocó?... Y, mientras el embajador de Estados Unidos en México insiste en ofrecer el apoyo de su país para combatir a la delincuencia desbordada acá, ¡hasta mañana, con César Nava regalándole departamento de 15 millones a su Patylú y con la boda gaviotona fijada ya para el 27 de noviembre!