10 de noviembre de 2008


Bernardo Bátiz V.
jusbbv@hotmail.com

La defensa de la soberanía



Es muy lamentable la caída del avión en que viajaban personajes destacados de la política nacional; más lo es la pérdida de vidas de personas ajenas, a quienes materialmente se les vino el mundo encima, pero es importante también no distraernos ni en lamentos ni en especulaciones; que las autoridades hagan su trabajo y esclarezcan, si pueden y quieren, qué fue lo que sucedió y que apoyen a víctimas y familiares. Por nuestra parte, tenemos que pensar en que el empeño de sacar adelante a nuestro país frente a las múltiples crisis que lo agobian no debe detenerse ni desviarse.

Por ello, volvemos al tema fundamental, que es el de que México continúe existiendo como nación. Por ello también vemos, con esperanza renovada, cómo con toda naturalidad se dio el paso de la defensa del petróleo a la de la soberanía nacional; el movimiento popular, una parte importante del mundo académico, intelectual y cultural de México y algunos políticos que se respetan, identificaron con precisión ambas causas: petróleo y soberanía, entendiendo que en este momento son parte de un mismo asunto.

Sabiamente nuestra Constitución definió el sector energético como un área estratégica de la economía nacional y, por tanto, reservada a la propiedad y al control del Estado; un punto estratégico en una batalla es crucial para el contendiente que lo controla y sería llamado traidor quien lo entregara sin defenderlo. Esto es así porque en un mundo globalizado, de feroz competencia, en el que los poderosos atropellan sin consideración alguna a los débiles y a los pobres, es fundamental ser dueños del petróleo y poder usarlo para el propio desarrollo y como una carta fuerte si se tiene que negociar con las grandes potencias.

El petróleo por ello tiene que ver con la soberanía nacional, que según el artículo 39 de nuestra Constitución radica “esencial y originariamente en el pueblo”. Siempre, pero más en este momento, es necesario tener claro el significado del término soberanía. Estudiosos de historia política y teoría del Estado explican que el poder soberano es aquel sobre el que no hay otro superior; los demás poderes le están subordinados.

Sin ser especialistas en la materia, los integrantes de buena parte del pueblo mexicano intuyen lo que se quiere significar con la palabra; saben que desde la Constitución de Apatzingán hasta nuestros días la soberanía es algo muy valioso que hay que entender y defender.

No hay soberanía o ésta se limita cuando otras fuerzas o grupos distintos y enfrentados al Estado tienen áreas de poder superiores o no sometidas a las leyes e instituciones públicas. Cuando las instituciones se corrompen y son sometidas a intereses distintos del interés general, pobres instituciones: son deleznables y hay que sustituirlas o rescatarlas.

La soberanía es una sola, es el poder superior del pueblo sobre todos los demás y tiene dos manifestaciones, una al exterior y otra hacia el interior del Estado. Ahí, en el mundo de las relaciones internacionales, la soberanía se identifica con la independencia nacional; no es soberano un Estado cuando no puede tomar sus propias decisiones o cuando es sometido y convertido en colonia o protectorado. La soberanía en este aspecto externo tiene como mayor amenaza la ambición desmedida de estados poderosos que pretenden someter a otros mediante cualquier mecanismo a su alcance, lo mismo por el control económico y el político, que son formas menos rudas, o bien mediante la franca injerencia militar y violenta.

La otra faceta de la soberanía, hacia el interior del Estado, es la supremacía respecto de cualquier poder interno del carácter que sea, económico, religioso, medios de comunicación, sindicatos, etcétera. Un Estado soberano debe tener control legal e institucional sobre los que ahora se conocen como poderes fácticos, que están frecuentemente acechando para manipular y someter al Estado si éste se debilita o descuida.

Se define como Estado soberano al que es independiente en la comunidad internacional y tiene hacia el interior supremacía sobre cualquier fuerza, grupo de interés o poder real distinto al poder soberano, que en una democracia radica en el pueblo.

La razón de esta supremacía de poder es que el Estado, como organización política de todos, tiene como fin específico, junto con el orden, la seguridad y la justicia, el bienestar de la gente; mientras que los grupos de presión, los poderes fácticos como hoy se les llama, tienen sus propios fines e intereses, que sobreponen al interés común. Éste es el caso, por ejemplo, de las grandes empresas capitalistas, los grandes negocios, que tienen por encima del interés colectivo un interés propio al que sacrifican todo; si el Estado no los corrige y pone límites, ese interés sectorial o de grupo, en este caso es la ganancia sin límites y nunca saciada.

Para que México sea un Estado soberano tenemos que vigilar que no esté sometido a otro Estado o a alguna fuerza supranacional que lo constriña y someta, y que ninguna fuerza interna, incluidos los sindicatos, los medios de información, las organizaciones empresariales, haga valer sus intereses particulares por encima del interés común.

Por ello es un acierto, que hay que destacar, el hecho de que el movimiento en defensa de un sector estratégico específico, como el petróleo, dé un paso adelante en la defensa del todo, del que el petróleo es tan sólo una parte y que, junto con la lucha por mejorar la economía popular y defender el patrimonio nacional, se defienda también nuestra soberanía.

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BIENVENIDA LA CRISIS

No basta ejercer la ciudadanía sin más sino se profundiza la crítica de la economía política hasta hacerla democracia cognoscitiva, como propone José Revueltas. La autogestión popular requiere la transformación de la sociedad civil en sociedad política.

Alberto Híjar

1. La crisis yanqui desparramada al mundo entero confirma la fase histórica imperial como incluyente del imperialismo. Llegó a tal punto la hegemonía imperialista yanqui que ha resultado fundamental para la construcción del Imperio gobernado por instituciones con poder mundial como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El límite de este poder descomunal llega hasta la imposibilidad de acuerdos comerciales y del uso de monedas y constituciones económico-políticas regionales. Si bien existe el euro, no ha sido posible la Constitución europea única por la defensa de los intereses relativamente nacionales y por la imprecisión de las fronteras que hacen de la disolución de la URSS y de Yugoslavia territorios en disputa. El problema de Turquía es característico de la expansión europea y su contraparte exhibida por las migraciones masivas de los condenados de la tierra.

Una modernidad capitalista jamás resuelta ha conducido a una acumulación selectiva y privatizada característica de la fase mundial imperial ahora en crisis financiera profunda de consecuencias totales. Su consigna principal de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas pone a la humanidad en peligro de extinción y plantea la necesidad de otro ser humano.

2. La fase histórica imperial ha generado una dialéctica destructiva de los estados-nación, cada vez más Estado y menos nación. La privatización de lo que fueran bienes públicos nacionales, lejos de conducir a la eficacia administrativa, ha dado lugar al desastre financiero y a la injusticia social extrema para obligar al retorno imposible del Estado rector. Las estructuras de los grandes consorcios determinantes en el BM, el FMI y los tratados de libre comercio fracasados, reducen al Estado a un administrador sin poder de decisión. La corrupción, la impunidad de los criminales de Estado y la imposibilidad de resolver las demandas sociales principales, hacen de la relación entre lo privado y lo público, un espacio y un tiempo de interés irreconciliables.

3. Las repúblicas han llegado a su límite histórico. La soberanía del Estado-nación resulta de imposible orientación democrática ante la corrupción de los tres poderes: presidencial, legislativo y judicial. Las reformas constitucionales para aparentar orden legal republicano, resultan inútiles ante la hegemonía del crimen organizado por los consorcios y los partidos políticos generosamente subsidiados por el Estado. La soberanía depositada en el pueblo ha quedado sujeta a los acuerdos parlamentarios donde la clase social burguesa prueba su verdadera esencia para acordar en nombre de la unidad nacional excluyente de todos los trabajadores ausentes de los grandes negocios y los privilegios del Estado a cambio de ser sometidos a un proceso de degradación y precariedad sin remedio para los planes de control de la crisis.

La soberanía popular jamás cumplida y extraviada en las representaciones partidarias y parlamentarias, exige el ejercicio autogestivo de oposición al Estado corrupto.

4. La sociedad civil alebrestada en 1968 y luego en 1985 con los terremotos desatendidos por el Estado corrupto que mantiene impunes a los constructores responsables de los edificios colapsados y a quienes traficaron y trafican con la ayuda nacional e internacional, tuvo sus años de movilización intensa en defensa del EZLN, en la protesta contra los fraudes electorales y ahora con la defensa de PEMEX, descontando las grandes marchas por la seguridad pública organizadas por la ultraderecha en acuerdo con el Estado. En todos los casos la sociedad civil ha probado una disposición para la agitación y propaganda digna de mejores causas por los límites impuestos por las dirigencias políticas para mantenerla en alerta constante pero sin posibilidades de organización propia, todo en perjuicio del inexistente Plan Nacional de Lucha y con el desgaste en asambleas sin capacidades resolutivas prácticas.

No basta ejercer la ciudadanía sin más sino se profundiza la crítica de la economía política hasta hacerla democracia cognoscitiva, como propone José Revueltas. La autogestión popular requiere la transformación de la sociedad civil en sociedad política.

5. El ejercicio de la política opositora al Estado-nación agónico, requiere arraigar en procesos productivos donde la ley del valor tienda a ser sustituida por el valor de uso y la gestión colectiva para satisfacer necesidades que de todas maneras hay que exigir al Estado aunque no se dependa de su ayuda. El límite de las organizaciones autogestivas no partidarias ha sido la incapacidad de superar las reivindicaciones propias reproducidas en sus alianzas. Las organizaciones crecidas como procesos productivos para organizar cooperativas como Pascual o Euzkadi, han extinguido su potencialidad política en la administración de su sobrevivencia y desarrollo con el cumplimiento necesario de los trámites administrativos de Estado. En Argentina donde el poderoso movimiento de fábricas tomadas por los trabajadores llegó a agrupar a más de trescientas, no ha sido posible superar la subsunción capitalista. Por tanto, el viejo proyecto de articular agitación y propaganda con solidaridad nacional e internacionalista exigida por la mundialización de la crisis, tiene que dar lugar al impulso de una economía política alternativa a la ley del valor para reivindicar el valor de uso y una diferenciación salarial acordada por la asamblea de trabajadores. La dimensión subjetiva es singularmente importante para propiciar una cultura del trabajo y los trabajadores generadora de un sujeto social irreductible al biopoder capitalista tan influyente con sus recursos tecnológicos de sumisión.

6. Una característica destacada por Antonio Negri es la desmesura en la mundialización capitalista. La desmesura no es sólo por las inimaginables cantidades en juego para proteger a los grandes especuladores financieros sino también para las consecuencias sociales generadas por el neoliberalismo. La cancelación programada de los derechos históricos de los trabajadores ha revertido la centralización de los controles sindicales que favorecieron la consolidación de los Estados-nación capitalistas. La precarización del trabajo y la proliferación de contratos individualizados, no sólo niega toda seguridad social sino genera un tiempo de precariedad que ha sustituido la relación salario-precio-ganancia por los requerimientos de la economía informal y la socialización delincuencial en el contrabando, la importación ilegal, la ocupación de espacios urbanos y la elusión de impuestos, licencias y aranceles. Si a esta determinación se le suman las migraciones incontrolables, la desmesura es esta imposibilidad de medir y cuantificar los efectos de la crisis. Que los Estados en debacle y las instituciones del Imperio simulen controles cuantificados cuando es evidente la debacle financiera, significa que la construcción del pueblo en lucha tiene que organizar la economía política de transición al socialismo con precisión administrativa desde ahora. El cálculo económico que el Che despreciara como presidente del Banco Central y Ministro de Industrias de Cuba, ni en él ni en ningún otro caso revolucionario significa entregarse a la mano invisible del mercado, sino empezar a construir el sujeto nuevo necesario sobre la base de operaciones elementales que en la medida de las alianzas generen la clase social emergente de los trabajadores ya no solo asalariados sino con los migrantes y los de la economía informal incorporados con un proyecto histórico distinto a la eliminación brutal con la que los agraden los gobiernos capitalistas.

7. A los Estados en crisis de muerte no les queda otra que mantener su poder construyendo todo el tiempo una hegemonía de alianzas con los decididos a luchar por mantener sus privilegios históricos. Tienen la certeza de la imposibilidad histórica de volver al Estado rector y benefactor, por lo que la militarización de la vida y el apoyo a las guerras imperialistas es una de sus principales estrategias. De aquí un concepto de seguridad nacional que pare al caso yanqui organiza al mundo entero desplegando bases militares, flotas, investigación de armas nuevas, coordinación de los servicios de inteligencia, tolerancia cero para los pobres desheredados con la implantación de un biopoder disciplinario y controlado por las fuerzas armadas. Los planes de ayuda imperialista significan un gran negocio para las fuerzas armadas y las policías que lejos de resolver conflictos procuran mantenerlos bajo control justificante de la continuidad de los planes acordados por las fuerzas armadas con el aval parlamentario. La vieja consigna bolchevique de guerra contra la guerra sólo puede ser reivindicada en términos actuales con el desarrollo de un biopoder en la resistencia anticapitalista encaminada hacia la construcción del socialismo desde ahora. La dimensión nacional se complica en esta fase histórica con la perspectiva latinoamericana y el internacionalismo impuesto como condición de lucha contra los poderes imperiales. Esta es la hora de administrar con eficacia óptima todos los recursos de solidaridad internacionalista, latinoamericana y nacional.

8. La devastación planetaria acompaña a la crisis capitalista definitiva. A pesar de la insistencia de sustentabilidad por los responsables del ambiente por parte del Estado, su evidente reducción a las industrias culturales y en especial al turismo dominado por los grandes consorcios, someten a una destrucción constante y programada a la riqueza natural expropiada a los campesinos, pescadores y en general a quienes la protegieron durante siglos y han sido derrotados por el control militar, paramilitar y administrativo de los planes imperiales. La resistencia del biopoder reivindicado contra las presas devastadoras de comunidades y pueblos como la de La Parota, la denuncia de los daños para toda la eternidad de procesos mineros como la lixiviación que vuela cerros para procesarlos con ácidos desparramados en enormes terrenos como se hace en el Cerro de San Pedro de San Luis Potosí, las exigencias de control sobre la contaminación y los desastres generados por PEMEX y sus socios transnacionales y por la generación de energía eléctrica y transmisión satelital, son otros tantos males que las organizaciones en lucha por hacer de la crisis capitalista una evidencia de levantamiento de los trabajadores todos del mundo, han de considerar de manera constante en sus planes de construcción del nuevo sujeto social y de los nuevos procesos productivos.

9. Bienvenida la crisis si marca la urgencia de transición al socialismo libre de los defectos ya experimentados históricamente. La transición ya empezó, exige trabajo constante de radicalización de todo lo existente.