Vuelven los viejos tiempos
Leo en La Jornada de este jueves 24 de enero que una maquiladora instalada en Ciudad Juárez, con el nombre de Manufacturas Diversas, y el apodo de Madinsa, ha cerrado, materialmente asegurando sus puertas con candados para impedir la entrada de los trabajadores, después de que concluyó el tercer turno. Una empleada de nombre María Lorena López dijo que al llegar el miércoles a desempeñar su turno de trabajo, los guardias de seguridad cerraron las instalaciones por órdenes de sus directivos.
Por supuesto que los trabajadores se dirigieron a la Junta de Conciliación y Arbitraje para solicitar el embargo de los equipos, materiales y camiones, con el objeto de garantizar las indemnizaciones.
Obviamente no se informa aún de algún resultado de esa solicitud. Creo que la junta, previos ciertos requisitos que comprueben el cierre, ordenará el embargo precautorio. Pero si las cosas fueron como han sido a lo largo de los años, lo más probable es que los equipos, materiales y camiones se encuentren del otro lado de la frontera, adonde habrán ido con la sagrada intención de conservar, los empresarios, su posesión.
El mecanismo es antiguo aunque durante algunos años dejó de aparecer como noticia. Más o menos hace 10 o 12 años, el destino de las maquiladoras era precisamente ese: instalación precaria de este lado de la frontera; explotación de la mano de obra más barata, con rexportación del producto a Estados Unidos, y el desempleo automático de un número importante de trabajadores mexicanos.
En ocasiones la actividad de la empresa supuestamente mexicana era concluir un ciclo de la manufactura iniciada del otro lado, lo que permitía, en el mejor de los casos, importarla con un costo breve y rexportarla pagando impuestos únicamente respecto del valor agregado por el complemento laboral hecho en México.
El negocio era bueno en sí mismo. La mano de obra ocupada en México creció de manera notable con las maquiladoras. El empleo recibió un impulso muy importante porque los aspirantes a trabajar en esas empresas, por muy precarias que fuesen, además de conseguir un trabajo razonablemente pagado, se colocaban en la puerta de Estados Unidos, listos para dar el brinco, legal o ilegal, y tratar de radicarse del otro lado.
Recuerdo, porque me impactó, mi visita a una planta que se dedicaba a fabricar cuadernos o libros para actas, radicada en Tijuana. Todo el personal era femenino. Trabajaban a un ritmo endiablado porque su salario en el nivel al que aspiraban, se condicionaba a una productividad medida por el número de piezas fabricadas. Comían y vivían en la planta. Las condiciones de higiene, dicho sea de paso, me parecieron adecuadas.
El problema es que en esas empresas abundaban los contratos colectivos de trabajo de protección, de manera que las condiciones no eran superiores a los mínimos de la ley. Supongo que las huidas nocturnas al otro lado de la frontera se pactaban con el dirigente de turno, que haría cualquier cosa, seguramente bien pagada, para que las maniobras respectivas no fueran interrumpidas y los empresarios recuperaran sus instalaciones con el mínimo de problemas.
Me parece que la maquila, entendida de esa manera, entró en decadencia. En esos años, las estadísticas de empleo contaban de manera importante con la que proporcionaba la frontera. Pero desde hace algunos años ya no es así.
Me imagino que la razón del traslado, en el caso de Madinsa, y de otros que también se mencionan en la nota, se podría encontrar en esa situación que deriva de la incertidumbre de la economía estadunidense, al borde de la crisis y cuyo contagio es para nosotros evidente.
Como quiera que sea, la instalación de maquiladoras debería estar condicionada al otorgamiento de garantías suficientes para que no se repitan estos fraudes colosales. Pero dudo mucho que eso se haga.